A veces asusta un poco pensar en esto del paso del tiempo, que dirían los latinos. Nada menos que 25 años se cumplen desde el lanzamiento de la Nintendo 64, la consola que llevó a toda una generación entera de las dos dimensiones en las que se había movido la historia del videojuego hasta entonces, a unas 3D que nadie hizo mejor que Nintendo en aquellos tiempos.
No fue la primera, desde luego. Para cuando la consola de la gran N aterrizó en Europa, yo ya sabía lo que era moverme por entornos tridimensionales nada menos que con Lara Croft y aquel maravilloso Tomb Raider en su versión para Sega Saturn. Sin embargo, yo era bien consciente de los problemas de aquel sistema para manejarse con las 3D, y por eso, cuando en casa de mi buen amigo Álex vi aquel sistema en movimiento, con Super Mario 64 haciendo auténticas virguerías, me decanté por vender mi consola para poder adquirir una N64. Y fue la decisión correcta.
Yo por aquel entonces sabía bastante poco de técnica, hardware y circuitería, pero creo que era evidente para todos nosotros, a pesar de nuestra tierna edad, que aquella consola era realmente superior a la competencia. No voy a entrar en el terreno del catálogo, porque ahí es evidente que la primera Playstation tiene mucho que decir y mucho de lo que presumir (Metal Gear Solid, Final Fantasy VII o Gran Turismo, por poner solo tres ejemplos significativos dentro de una enorme lista de aciertos), pero lo que es innegable es que aquellos juegos tenían polígonos temblorosos, un popping y unos efectos bastante cutres y un nivel de calidad muy inferior a los productos de Nintendo 64, bastante más robustos y sólidos en todos los aspectos.
En cualquier caso, tampoco todo debe reducirse a una cuestión meramente técnica, por más que influya de manera decisiva en un sistema de videojuegos. El auténtico meollo del asunto estaba en que eran juegos realmente divertidos, bien hechos y con unas mecánicas realmente sorprendentes para tratarse de los primeros intentos en 3D de determinadas franquicias. El caso de Super Mario 64 es, de manera indiscutible, el primero que hay que abordar, por la enorme cantidad de aciertos que, literalmente a ciegas, consiguieron sus programadores, con un inspiradísimo Shigeru Miyamoto al frente. Es un juego con un sorprendente buen nivel en cuanto a controles, cámara y fluidez, algo que hasta la fecha nadie había conseguido y que sentó un estándar de calidad tan alto que a la propia Nintendo le llevó más de una década lograr igualar aquel hito con Super Mario Galaxy (Wii, 2007).
Resulta difícil describir las sensaciones de libertad que despertaba aquel título. Mario podía correr, saltar, nadar y volar de todas las formas posibles. Era como si no hubiera acción que no estuviera a su alcance, algo a lo que contribuía un diseño de niveles absolutamente demencial y un castillo central que servía de entrada a otros mundos que aún hoy sigue siendo para mí uno de los escenarios más simbólicos de la historia del sector. Jugado a día de hoy en cualquiera de sus múltiples formatos y versiones, sigue siendo una obra maestra indiscutible.
Lo más alucinante es que Super Mario 64 fue juego de lanzamiento, la killer app que cualquier consola soñaría tener. No queríamos por aquel entonces una Nintendo 64 por sus bondades técnicas sino para poder jugar al juego de Mario, y creo que ahí Nintendo acertó plenamente. Más discutibles fueron otras decisiones, como la de los cartuchos de alta capacidad, que por alta que fueran no podían competir con los 600 MB de un CD como los que tenía la competencia, y que le costó la alianza histórica con Square y su saga Final Fantasy, que pasó a ser emblema de la competencia durante el cuarto de siglo posterior.
El segundo juego del que es obligatorio hablar es The Legend of Zelda: Ocarina of Time. Lanzado a finales de 1998 tras muchas esperas y retrasos, el juego se convirtió en un bombazo a nivel mundial. La crítica lo reverenció y a los que tuvimos la suerte de jugarlo en su momento nos voló, literalmente, la cabeza. Jamás habíamos visto nada parecido en el género de la aventura y el rol (action rpg, creo que lo llaman los puristas). A nivel técnico era la auténtica vanguardia del videojuego, pero más allá de eso es que narrativamente hacía las delicias de cualquier amante de la épica, tenía unos personajes fabulosos y tal cantidad de buenas ideas, mecánicas y aciertos jugables (como el de localizar a nuestro enemigo y fijarlo para pivotar en torno a él en las secuencias de acción, algo que un tal Dark Souls y su ejército de infames epígonos sigue haciendo a día de hoy sin el menor reparo), su banda sonora era magistral y su ritmo y diseño de niveles son, sencillamente, historia del videojuego. No por casualidad es el mejor juego valorado en la historia de Metacritic, citado casi siempre como el mejor juego de la historia y, por supuesto, el mejor Zelda de su saga, que también es decir. Tal fue su legado que incluso Nintendo se permitió el lujo de sacar una magnífica secuela apenas un año después, Majora's Mask, también considerado como juego de culto y otra de las joyas del catálogo de la consola.
Es verdad que al lado de semejantes colosos, casi todos los demás juegos del catálogo de Nintendo 64 palidecen en gran medida, pero sería injusto no citar el papel que Rare tuvo en la historia de la consola, a la que aportó tal cantidad de títulos imprescindibles que sorprende que Nintendo no hiciera un esfuerzo económico mayor para retenerla como Second Party en generaciones siguientes. Títulos como Goldeneye 007, Banjo Kazooie, Diddy Kong Racing, Perfect Dark o Conker's Bad Fur Day son auténticas obras maestras, referentes en sus respectivos géneros que a día de hoy siguen generando un verdadero culto por esta compañía británica que tomó muchas y buenas lecciones de juegos emblemáticos de Nintendo para llevarlos a su propia fórmula, como el extraordinario y descacharrante sentido del humor de Banjo Kazooie o el modo aventura y sentido épico en los karts de DDK Racing, que en definitiva no dejaban de ser vueltas de tuerca sobre las fórmulas de Mario 64 o Mario Kart 64.
Es cierto que N64 no tuvo un catálogo tan amplio como el de sus competidores, pero tenía el mejor juego de plataformas (SM64), el mejor juego de disparos (Goldeneye 007), el mejor juego de aventuras (Ocarina of Time), el mejor de fútbol (ISS64), el mejor de acción aérea (Rogue Squadron) y salvajadas en el terreno de la velocidad como Wave Race 64 o Episode 1: Racer. A mi juicio, a este sistema le faltaron juegos de lucha, carreras y acción como sí hubo en otros sistemas, pero sobre todo de rol, para mí su gran punto débil en cuanto a catálogo, donde PSX sí que obtuvo aquí una medalla de oro más que merecida. Eso, unido a sus bajas ventas, hacen que quepa hablar de relativo fracaso en el caso de Nintendo 64. No alcanzó los objetivos de la empresa y esto sumió a la compañía en una fase de experimentación para tratar de recuperar el terreno perdido que tampoco daría sus frutos en Gamecube. Pero esa es otra historia, para cuyo 25 aniversario aún habrá que esperar un poco más.
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