En 2014, Koei Tecmo lanzó al mercado un curioso experimento llamado Hyrule Warriors, que mezclaba el universo de Zelda con un género tan exótico como el Musou, que básicamente consiste en abatir a hordas de enemigos-masilla con combos espectaculares, y que la compañía japonesa había hecho célebre con su saga Dinasty Warriors.
Debo reconoceros que por lo poco que sé y lo que he jugado de alguno de esos juegos, es un género que jamás me ha llamado la atención. Me parece simplón, mecánico y repetitivo a más no poder, con un diseño de niveles muy básico y objetivos que se basan casi en su totalidad en ir de A a B acabando con todo lo que nos sale al paso, defender alguna que otra posición o tomar fortalezas donde aparecen enemigos de mayor enjundia una vez que hemos descuartizado suficiente masilla. Y en el fondo, esto y poco más es lo que ofrecía Hyrule Warriors, solo que el envoltorio, todo un homenaje a los distintos juegos de la franquicia encubierto con una campaña discretita y un alud de DLC's algo más caros de lo deseable, hizo que aquello resultara por lo menos curioso.
Sin embargo, dentro de su mediocridad general tenía aquel juego una gran idea, la de un mapa que homenajeaba al primer Zelda de NES, donde podíamos ir abriendo coleccionables una vez superados ciertos retos, que entre otros motivos me llevó a jugar a dicho Zelda por mera curiosidad, y quizá solo por ello ya tendría que estarle agradecido al Team Ninja, porque The Legend of Zelda es una absoluta obra maestra y en cuanto a ideas y planteamiento es la base que explica el éxito de Breath of the Wild tantos años después. Sea como fuere, me pareció una buena idea que, eso sí, no trascendía en absoluto las limitaciones de un género al que le sigo viendo las costuras por todas partes.
Por todo ello, el anuncio de esta secuela me llamó la atención principalmente por el hecho de estar ambientado como una precuela en toda regla de Breath of the Wild, para mí uno de los mejores juegos de todos los tiempos y desde luego el mejor de esta generación. La sola idea de poder ver la destrucción del cataclismo de Ganon y la derrota de los campeones, ver Hyrule en todo su esplendor previo a la catástrofe y poder profundizar en el lore de un juego que quizá en esa parte argumental es donde únicamente me quedaron algunos argumentos para criticarlo, me parecía una fantástica idea que, esta vez sí, encajaba perfectamente con el espíritu del Musou, ya que permitiría recrear todas y cada una de las grandes batallas de las que tanto se hablaba en Botw.
¿Ha cumplido el juego finalmente con esa expectativa? En parte sí y en parte no, para ser sinceros. Este título no se puede considerar una precuela canónica, desde el momento en que introduce ciertos conceptos bastante tramposos como los viajes en el tiempo (y por tanto, los universos alternativos): en el fondo, este juego no cuenta la historia previa al juego que conocemos, sino que ofrece una versión de un posible universo en el que Ganon fue derrotado de primeras, por lo que no se puede considerar una precuela en sentido estricto. Sin embargo, en honor a la verdad también hay que decir que todo el planteamiento general (la búsqueda de Zelda de sus poderes y sus investigaciones sobre los mecanismos ancestrales, su conocimiento de los campeones y su relación con ellos y con Link) sí se corresponde con la idea general de lo que debió haber ocurrido en Botw, por lo que es también posible considerar buena parte de sus cinemáticas como un (excelente, dicho sea de paso) complemento a la historia que conocemos. Y con la excepción del desenlace, del que luego hablaremos, la práctica totalidad de las misiones principales son batallas realmente bien conseguidas, que me han metido de lleno en el universo de Botw y me han hecho sentir toda la epicidad y espectacularidad que dichas batallas debieron tener, y que francamente, me hubiera encantado jugar de manera canónica en su momento.
En cuanto al juego en sí, quizá lo más destacable es el esfuerzo por permitir al jugador contar a su disposición con muchas opciones de control de personajes, desde Link a Zelda, pasando por Impa, Urbosa, Revali, Daruk o Mipha (todos ellos esperables, en cierto modo), pero también con personajes tan sorprendentes como el rey Rhoam, Ganon, Hestu o los campeones de Botw (un poco traídos por los pelos a nivel argumental, pero en fin). Se espera que lleguen más en formato DLC en el futuro, aunque no echo en falta realmente a ninguno y me temo que van a ir más en la línea del homenaje a la franquicia del primer título. Cada uno de los personajes cuenta con multitud de ataques especiales, todos ellos muy espectaculares, y movimientos propios que hacen que cada partida sea diferente en función de a quién controlemos, si bien Link es quizá el personaje más equilibrado y al que da más gusto controlar de todo el juego, como era lógico, por otro lado.
Es también impresionante el esfuerzo por recrear los mil y un detalles de Breath of the Wild en este juego, desde los menús al mapa principal, pasando por todo el apartado gráfico (impresionante, desde luego), que recoge muchos de los escenarios clásicos del título, como el Dominio de los Zora, la ciudad Goron o la fortaleza Gerudo. La adaptación de las mecánicas del Musou se ha hecho aquí de un modo mucho más natural y orgánico que en el primer Hyrule Warriors, que era más Musou que Zelda mientras que aquí es más bien al revés: este juego tiene mucho más de Breath of the Wild en historia, diseño y ambientación, e incluso muchas mecánicas se han adaptado de allí, como los movimientos especiales para manejar imanes, bloques de hielo, paralizar o bombas del título original, con bastante acierto en líneas generales. También aquí como allí hay multitud de armas, todo tipo de materiales que nos permiten conseguir mejoras para los personajes, kologs escondidos en ciertos lugares del mapa, etc. No creo que ningún fan de Breath of the Wild se vaya a sentir decepcionado en ese sentido, desde luego.
Por su parte, el apartado audiovisual y sonoro es igual de impactante que lo era en su momento el del juego en el que se basa, si bien es de justicia decir también que las caídas de framerate son demoledoras en muchos momentos, sobre todo cuando hay una evidente saturación de enemigos en pantalla, y en especial de enemigos grandes como guardianes o gigantes, donde pueden llegar a acumularse hasta seis o siete y una buena horda de enemigos, que hacen que la pobre Switch lo pase realmente mal para mover todo esto con una mínima fluidez. En ese sentido, es posible que en unos años y con otro sistema más potente podamos jugar a una versión mucho más razonable de un juego que a nivel técnico deja bastante que desear en este apartado. Este tipo de juegos, por su naturaleza, requiere un framerate mucho más estable y cercano a los 60 fps de lo que Switch y Age of Calamity pueden ofrecer. Una lástima.
En cuanto al juego, el mapa se divide en cuatro tipos de opciones: misiones principales, secundarias (de entrenamiento o desafíos), postas donde conseguir materiales y opciones de mejora para personajes y equipo en general. Estamos hablando de decenas, casi cientos de iconos en un mapa que acaba con una saturación exagerada (es bastante desbordante, sobre todo al terminar ciertas misiones principales, ver cómo el mapa se llena literalmente con decenas de iconos). Es una forma de "obligar" al jugador a hacer todas las misiones para tener acceso a todos los materiales, mejoras o desbloqueables (de nuevo, los trajes de Link de Botw vuelven aquí, aunque con una función más estética que de efecto real en el juego)
Sea como fuere, creo que podemos llegar a un acuerdo entre los fans de Zelda y los del Musou en que esto es nada más y nada menos que un complemento a Breath of the Wild, un pasatiempo entre ese título y su esperadísima secuela que, crucemos los dedos, quizá llegue de aquí a un año, para la campaña Navideña de 2021 coincidiendo con el 35 aniversario de la saga. Y es que la mayor virtud de Age of Calamity es celebrar, en definitiva, la magia de un título que lleva ya más de tres años conquistándonos con su inacabable lista de virtudes, con la espectacularidad de un mundo abierto que parece no tener fin y que aún hoy, tantos años después de haberlo terminado, me sigue sorprendiendo a cada paso del camino. Y por todo ello, poder completar algunas lagunas, poder meterme en la piel de estos héroes de hace 100 años, ha sido un auténtico lujo.
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